Entalpía es un concepto que habla de la cantidad de energía que se intercambia con el ambiente en un sistema termodinámico, es opuesto a la entropía, que es el grado de desorden de los sistemas. Para que haya un equilibrio, por tanto, es importante tener más entalpía que entropía, se requiere que el sistema interactúe con el medio, si ello no ocurre, se tiende al desorden.
No me parece ilógico, sino completamente científico lo que está pasando en Chile entonces, cuando el sistema no interactúa con los reactivos, y se permite que el calor se sume y siga concentrándose se genera, por pura termodinámica, una entropía mayúscula, un desorden sin contención.
Se dice que la dictadura chilena acabó en los años noventa, quizá, si analizamos, esto no es tan cierto, solo cambiamos de un dictador con rostro y nombre a un sistema dictatorial regido por el peor de todos los dictadores de la humanidad: el dinero. Ya Quevedo decía que “poderoso caballero es Don Dinero”.
Un dictador sin rostro, reflejado en cifras de una economía creciente, la más certera, predecible y expansible de América Latina, la que soporta los debacles del mundo mediante el neoliberalismo de más pura concepción que existe en el mundo; ciertamente un dictador sin rostro requirió un enemigo sin rostro, y es que eso tenemos, tenemos un adversario sin nombres, sin clases, sin dinero y sin cara visible, la suma de todas las victimas creó un monstruo de Frankenstein que, sin quererlo y, tal cual ocurre en la novela, se convierte en un enemigo al que le azotan con adjetivos para demonizarlo, jamás intentando entenderlo.
Don Dinero decide enviar a su turba enajenada contra el monstruo de Frankenstein, no cuando este ha causado estragos, sino cuando está despertando, cuando el mal que le ha hecho es ser incómodo, diferente y disfrazaron la forma de este Monstruo de Frankenstein en un discurso de “no es la forma”; Don Dinero no esperaba que la población chilena se diera cuenta de que no eran personajes de Franz Kafka, pensaba que, si lograba que la gente se sumergiera en el tedio de una vida demasiado ocupada, habrían de sentirse igual que los personajes de un universo en el que nada pueden hacer contra su destino, así, mientras la sociedad se transformaba lentamente en una cucaracha, Don Dinero esperaba que la gente siguiera sólo preguntándose cómo informarle a su jefe que mañana debía trabajar.
Funcionó, y por mucho tiempo, entonces Don Dinero siguió extendiendo sus dedos un poquitito más: fue creando miles de muertos a y cada uno de ellos fue sumándose a la olla de otros grupos más interesados en ver si podían devolver a los muertos a la vida que a saber qué harían una vez que lograran que reviviera. Así nació el Dr. Frankenstein.
Don Dinero se llenó de nepotismo y empezó a crear más muertos: de hambre, de ignorancia, de pobreza, de pensiones indignas, de trabajo esclavizante, de cultura, de salud, de equidad, de justicia, de tranquilidad, de seguridad ciudadana, de ciencia, de humanismo, de cívica, de deportes, de agua, de electricidad, de gas, de política, de oportunidades, de vivienda, de un cambio en el sistema… De transporte.
Es esto último lo que le da a Dr. Frankenstein la pieza clave para su monstruo, el pararrayos que hará que vuelva a la vida un gigante que nunca había despertado muy bien en verdad; uno que durmió por décadas luego de luchar contra otro monstruo, contra uno que sí tenía nombre y cabeza y no era Don Dinero… El monstruo está tomando vida, Don Dinero no sabe cómo manejarlo y no haya nada mejor que seguir pensando que, quizá si lo intenta quemar, el monstruo desaparecerá por arte de magia; lo demoniza, lo intenta achicar, pensando que será tan fácil eliminarlo como se eliminó al payaso Pennywise en la película de IT 2. Don Dinero no leyó el libro. Tampoco se cuestionó vez alguna que quizá, Frankenstein en vez de ser un personaje Kafkiano se iba a convertir en un seguidor del absurdo, vencer el tedio con la displicencia, se le olvida que Camus ya había advertido que: “(…) el hombre absurdo, cuando contempla su tormento, hace callar a todos los ídolos.”
Y comienza la entropía, volvimos al origen, como postulaba García Márquez en cien años de soledad, cada cierto tiempo la historia vuelve a repetirse, y hemos vuelto al Caos original, al único dios del inicio, al verdadero primigenio, al enemigo y padre del orden. El Monstruo de Frankenstein se ha revelado y Don Dinero no sabe qué hacer, pues el monstruo no acepta pagos.
Y es quizá esta última parte la que me complica, la que me asusta: Don Dinero no tiene cara, no es alguien en especial, tampoco lo es el Monstruo de Frankenstein. ¿Qué es lo que se enfrenta ahora? ¿Cuáles son los pasos para seguir y concluir esto antes de una escalada mayúscula? (sin desconocer que ya ha escalado a grandes niveles) ¿Quién es el interlocutor válido? ¿Podemos volver a humanizar la situación? En un país sin caudillos ni líderes ¿quién puede ayudar a detener lo que está ocurriendo? ¿Cuál es la receta?
Se puede buscar desarticular al monstruo de Frankenstein, pero eso implica desarticular a Don Dinero también ¿será capaz de sacrificarse Don Dinero? Hasta ahora no ha dado muestras de intención, sigue sin escuchar, sigue mandando el tumulto contra el monstruo, el monstruo sigue respondiendo y Dr. Frankenstein brilla por su ausencia.
C.F.Pizant